Animarse a escribir

Pasé años presa de una sensación que yo misma generaba (ahora lo sé) sin ningún sentido ni utilidad para mí, más que forjar el temor. Pero más que del temor a escribir, se trataba del temor a mostrar lo que escribía.

¿Qué tengo para decir que no se haya dicho ya? ¿Cómo lo tomarán los lectores? ¿Qué importancia tiene lo que planteo? ¿A quién le interesará?

Las preguntas eran incontrolables. Cumplían muy bien la función intimidante que yo misma estaba generando con el fin (inconsciente) de no avanzar en la escritura. Ni en la escritura ni en mostrar lo que escribía.

Con la madurez que adquirí con el correr del tiempo y la experiencia que logré en el mundo editorial como editora y correctora de estilo, las preguntas empezaron a dejar de tener sentido. No podía responderlas de forma convincente y, al final, me daba cuenta de que las respuestas tampoco eran gran cosa. Mucho menos, de ayuda.

Terminé detectando que aquel sistema amenazante que aparecía en forma de pregunta no era más que mi yo interior acobardado antes de hacer nada.

A veces, nosotros mismos nos negamos las vivencias porque sentimos temor a algo. Esto es bastante cruel, porque no nos permite ir más allá y nos inmoviliza.

Comprendí, entonces, que ese era el fin de todo aquello: inmovilizarme.

Una vez que desenmascaré el asunto, me quedé sin excusas y debí reencauzarlo, porque la necesidad de escribir era permanente y la producción de textos, diaria, aunque todavía en completa soledad.

Nunca fui una mujer de excusas, más bien lo contrario, pero una puede llegar a desconocerse frente a algunos desafíos que nos ponen a prueba, como me sucedió en este caso.

Tímidamente comencé a mostrar los textos que escribía.

Animarse a escribir es un gran paso, pero cuando te animas a compartir lo que escribes, te conviertes casi en un héroe en un escenario de inseguridad como el que yo vivía.

Los procesos interiores de la escritura no tienen un nombre único. Hay tantos procesos interiores como escritores. Este fue el mío.

La inseguridad aparece, más tarde o más temprano, en alguna etapa del proceso creativo, pero estará en nosotros detectarla, ponerle nombre, entenderla y no quedar presos de la inmovilidad que provoca.

Yo estuve años en esto, pero logré salir una vez que desentrañé las razones por las que no avanzaba, una vez que comprendí la realidad y la nombré.

A partir de ese momento, el mundo se abrió para mí.

Hoy no puedo detener la escritura y me he animado a lanzar mis textos al aire, con la esperanza de que agiten sus alas como pájaros y logren volar.

Te invito a intentarlo.

Si descubres cuáles son tus flaquezas y puedes nombrarlas, las aceptarás como parte de tu proceso interior y no te arrepentirás de haber emprendido este camino, te lo aseguro.


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