Alguien perturbado es alguien que perdió el juicio, pero también que vibró con algo concreto, que se movió, que tembló, que salió del mutismo.
Imagino que muchos, cuando etiquetan a algunos libros como «perturbadores», están pensando en lo primero, es decir, en la pérdida de juicio o en la influencia negativa que esos libros pueden tener en la psique del lector.
Yo, sin embargo, prefiero la segunda opción y cuando me refiero a perturbación, pienso en una vibración, en la posibilidad de contacto, en la apertura hacia algo nuevo, en una oportunidad.
Por eso, me resulta muy difícil no interesarme por leer o crear libros perturbadores, libros que me saquen de la quietud primero a mí misma y luego, ojalá, a los lectores.
Los libros, para ser perturbadores, no necesariamente tienen que plantear temas “difíciles”. Basta con que planteen una versión contraria a la hegemónica para que resulten una sacudida para los lectores y para la crítica. Muchos acaban, incluso, en la censura.
Ensayos sobre la ceguera, de Saramago, o Crimen y castigo, de Dostoyevski, son algunos de los títulos que aparecen en las listas de libros perturbadores, pero me gustaría esbozar mi propia lista y compartirla en una próxima entrega.
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