Volver, Toni Morrison (Premio Nobel de Literatura), traducción de Amado Diéguez, Editorial Lumen, Barcelona, 2013
El regreso, como sinónimo de volver a la esencia de lo que somos, es un verdadero camino de transformación. Cualquiera pensaría que ir hacia atrás, como idea implícita en ese volver, es algo negativo y tortuoso. Lo primero, difícil. Lo segundo, muy probable.
Sin embargo, en ese ir hacia atrás, en ese hurgar en lo más doloroso y en lo más profundo de lo que somos, están las respuestas que solo nosotros podemos obtener, porque se trata de nuestra vida y de ninguna otra.
Por eso, llegados a un punto, ese retorno a la esencia es tan necesario y tan vital. ¡Necesitamos respuestas! Tal como les pasó a Frank y a Cee, protagonistas de esta emocionante novela de Toni Morrison, Volver.
Morrison es, sin dudas, una imprescindible. Sus textos están tan bien escritos que es casi imposible no emocionarse al leerlos. Reír, llorar, sentir lo que sus protagonistas viven como si estuvieras viviéndolo tú, como lector.
Es un proceso de lectura tan intenso como las propias historias que plantea esta formidable escritora, que se ha caracterizado por presentar incontables páginas en las que narra crudamente las vivencias de los afroestadounidenses.
«Siempre he buscado producir un impacto poderoso en el lector con lo que escribo», dijo Toni Morrison en alguna entrevista. ¡Y vaya si lo logra con esta novela!
Volver nos muestra varias realidades de la sociedad estadounidense de los años cincuenta. Las vidas de Frank y Cee Money se inician en un clima de fuerte unión, que luego se ve quebrada por la partida de Frank a la guerra.
A partir de allí, los hermanos viven separados, pero siempre sintiendo la presencia del otro.
Cee se casa con un inescrupuloso tipo, con quien tuvo un matrimonio que duró un suspiro y que solo le sirvió para alejarla de la casa en la que ya no soportaba vivir, en Lotus, un pequeño pueblo.
Para Frank, su hermana era una mujer a quien debía cuidar y proteger, y eso hizo mientras estuvo a su lado. Y Cee no podía concebir la vida lejos de su hermano.
[…] ella había sido la primera persona de quien había tenido que cuidar, con una generosidad que no aportaba ganancias ni beneficios emocionales. Se había ocupado de ella antes incluso de que supiera andar. La primera palabra de Cee fue “Fuank”. En la cocina, en una caja de cerillas, habían guardado dos dientes de leche de Cee, junto con unas canicas de la suerte y el reloj roto que los dos habían encontrado a orillas del río. Cee no había sufrido corte o magulladura de que él no se hubiera ocupado. Lo único que no pudo hacer por ella fue limpiarle la pena de los ojos, ¿o era pánico?, cuando se alistó. Intentó convencerla de que el ejército era la única solución. Lotus era asfixiante, lo estaba matando a él y a sus dos mejores amigos. Todos estaban de acuerdo. Frank se convenció de que a Cee no le pasaría nada. Y no fue así.
Este breve fragmento esconde el alma de esta conmovedora novela. De ese profundo lazo entre hermanos se parte hacia una historia de vida que Morrison quiere compartir con el mundo, en la que están presentes los vínculos familiares, la guerra, la discriminación, la muerte e, inevitablemente, la carga de las decisiones, la carga de lo que hacen sus protagonistas, que está siempre sobre sus hombros. De ellos depende el proceso de volver.
Y ambos deciden hacerlo. Ambos deciden regresar y en ello se fortalecen. Atraviesan el dolor que ahoga y que, por momentos, enmudece e inmoviliza, pero siguen hacia atrás, porque saben que es la única forma que tienen de ir hacia adelante.
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