Insilio

Uno de los aspectos más cautivantes de mi trabajo es el aprendizaje. Cuando corrijo y edito, aprendo lo que no hay. Muchos de los textos con los que me toca trabajar están vinculados al área de las ciencias sociales y las humanidades.

A veces me encuentro con temáticas que conozco y, en esos casos, puedo profundizar sobre lo que no tengo tan claro, y otras veces me sorprenden conceptos totalmente nuevos.

En cualquier caso, el aprendizaje está asegurado.

Hace un tiempo me encontré con la palabra insilio.

Me llamó mucho la atención como concepto y me identifiqué al instante. Esto alentó mi curiosidad y he estado investigando al respecto.

Como contracara del exilio, grosso modo, el insilio implica sentirse un extranjero en tu propio país. Pero si se hila más fino, la definición se completa con otras ideas más complejas, que se relacionan con la no pertenencia, el encierro, la vulneración de derechos o la enajenación.

El insiliado no se siente parte y se aísla. No es alguien caprichoso y quejica que niega su realidad o su origen, sino una persona a la que se le vulneran derechos fundamentales como los de participación, de igualdad o de libertad de expresión, entre otros, y que por eso se siente al margen.

El exiliado es alguien que pudo concretar el alejamiento de esa realidad que lo vulnera, que lo reprime o lo minimiza, lo que no quiere decir, por supuesto, que esto haya sido fácil o lo haga feliz, pero el insiliado no tuvo la misma alternativa, por la razón que sea, y se ve obligado a permanecer en su país, con todo lo que eso significa.

La separación de la familia, del origen y de la tierra que vive el exiliado no la vive el insiliado, pero muchas veces la padece de igual forma.

El insiliado sobrelleva lo que vive de una manera individual e interior, lo que hace que sea un proceso personal intenso, que puede comprometerlo física y emocionalmente. Aquí es cuando el asunto trasciende la sociología y entra en el plano de lo psicológico.

Las casusas que llevan al insiliado a sentirse como se siente pueden ser sociales, económicas o políticas. No se trata de razones individuales o que derivan de un proceso psicológico personal, sino que funciona de manera inversa, desde lo exterior hacia lo interior: el insiliado deja de sentirse respetado e integrado en el país donde vive y, como consecuencia, se produce el proceso personal de aislamiento y angustia. De aislamiento, porque debe callar socialmente lo que piensa y siente, y de angustia porque ese diálogo que calla hacia afuera, en su interior no cesa.

Estas ideas, que escribo y trato de transmitir con mis propias palabras luego de mis lecturas, no pueden cerrarse sin una aclaración: el insiliado, por lo general, vive en regímenes autoritarios, aunque esta no es condición sine qua non. Una persona que vive en un país «democrático» también puede convertirse en un insiliado, si se siente excluido o marginado. Es importante reconocer que, independientemente de dictaduras o democracias, hay países que son expulsores de sus ciudadanos y esos son, por excelencia, campo fértil para el insilio. Ni hablar para el exilio.

Los ciudadanos de países latinoamericanos, palabras más, palabras menos, sabemos mucho al respecto. Algunos tenemos la necesidad de leer, para encontrar respuestas, y otros se quedan con la experiencia diaria en la piel. De cualquier forma, todos conocemos de sobra estos movimientos y los vivimos muy intensamente.


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