¿Recuerdan que este año les conté sobre el descubrimiento de esta magnífica autora vasca? Pues regresé con ella, porque, como les dije, me ha cautivado.
En las páginas de esta novela, Mejor la ausencia, me sentí, como la protagonista, Amaia, perdida, asombrada, perturbada, rabiosa, perpleja…
Amaia es una niña. Su voz se va transformando, tras los avatares de una vida intensa, que, como un huracán, arrasa lo que encuentra a su paso. Es una niña que crece en un mundo de adultos que no la contiene, no la abraza; una niña que se ve obligada, desde pequeña, a sobrevivir con sus propios recursos, que inventa a cada paso, como puede.
«Crecer siempre implica alguna forma de violencia, contra uno mismo o contra aquellos que quieren imponer su autoridad.»
Hay muchas Amaias en el mundo. Las ha habido siempre. Esa es la certeza. Pero en este libro la autora logra desnudar la realidad de esta niña que deviene en adolescente que busca un espacio mínimamente seguro, a la vez que desnuda la realidad familiar y social, dejando en evidencia también la hostilidad que se vive en las en las calles, en la sociedad. Esa es la revelación.
“Las casas son un poco como las personas. Según envejecen, queda la estructura de lo que fueron, los rasgos reconocibles a pesar de la debacle del tiempo. La casa de mi madre, después de todos estos años, está ajada y entera a la vez. Como ella. Como yo.”
Esta es una novela que huele a autobiografía.
Cruda, realista, sin filtros y tremendamente conmovedora.
Recomiendo su lectura.
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